domingo, 27 de marzo de 2016

“Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas”.


Santiago Ramón y Cajal: 
la figura más relevante de la ciencia española.


El padre de la Neurociencia nos avanzó lo que podríamos llamar el paradigma educativo cajaliano para el siglo XXI: 

“Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas”. 
(Pere Brunsó Ayats)



Durante los años de colegio y de instituto, Santiago nunca se sintió cómodo en las aulas. Una disciplina severísima, y unos métodos pedagógicos fundamentados en el uso casi exclusivo de la memoria, no encajaban con su forma de enfrentarse a los nuevos conocimientos. Él necesitaba comprender y relacionar las nuevas ideas con las preexistentes, necesitaba enseñanzas basadas en la experiencia y que tuvieran aplicaciones prácticas, necesitaba maestros que hicieran despertar en él la curiosidad hacia sus asignaturas, pero poco de eso encontró.

Santiago Ramón y Cajal fue un niño díscolo y mal estudiante. No obstante, su infancia puede considerarse profundamente educadora, un milagro de la voluntad. A pesar de sus travesuras, el pequeño Santiago realiza una gigantesca obra de autoeducación. Si se suprimen sus diabluras infantiles no es posible explicar su obra científica. Asombro, actitud interrogativa ante la Naturaleza y revelación: he aquí los pasos del saber científico que le llevaron al premio Nobel de Medicina en 1906. 

Renunció a la propuesta de ser nombrado Ministro de Instrucción Pública: “Era quimera acometer la magna obra de nuestra elevación pedagógica”, según sus palabras y según Severo Ochoa (también premio Nobel): “Cajal fue un autodidacta, un genio que yo me complazco en comparar con hombres como Newton, Galileo, Pasteur y muchos otros que han descorrido el velo que ocultaba a nuestros ojos la visión de la naturaleza”. 

Su infancia, su juventud, y, sobre todo, su experiencia escolar no fueron las que habitualmente podrían atribuirse a un premio Nobel. Además de mostrar una curiosidad inmensa por la Naturaleza y sus enigmas, fue también un joven bastante rebelde, con una personalidad muy marcada, contraria al abuso, a la imposición y buscando siempre la satisfacción de sus aficiones y proyectos. En uno de sus libros, él mismo escribiría, un tanto jocosamente: “Quien no haya sido un poco salvaje en su infancia y adolescencia, corre mucho riesgo de serlo en su edad madura”. 

Cuando asistía a clase su comportamiento no era nada ejemplar: hablaba con sus compañeros, con los que se lanzaba papeles, garbanzos y judías; hacía caricaturas del maestro... y toda clase de travesuras. En la etapa de Educación Secundaria se encontró con una educación basada en la memorización; completamente contraria a su forma de aprender (comprensión en lugar de memorización). Cajal reconoce que su memoria no era del todo buena, que no era capaz (o no quería serlo) de retener en su mente los contenidos que se le presentaban arbitrariamente, aislados..., y como consecuencia era castigado por no repetir la lección con las palabras exactas del libro. De esta experiencia en Jaca, escribiría años después: "Mi cuerpo ocupaba un lugar en las aulas, pero mi alma vagaba continuamente por los espacios imaginarios"


Terminado el curso vuelve a Ayerbe, otro pueblo de Huesca, donde continua haciendo lo que más le gusta: experimentarPero, como consecuencia de un experimento un tanto gamberro (había destrozado una puerta con un cañón casero fabricado por él), es llevado a la cárcel del pueblo, donde pasará tres o cuatro días.

“Yo fui, durante el bachillerato, uno de los alumnos más indóciles, turbulentos y desaplicados"En el instituto convivían estudiantes de diferentes edades, y, como suele ser habitual, los alumnos menos cívicos de los cursos superiores menospreciaban a los más pequeños, que no tenían otra opción que resignarse a sufrir un trato más bien poco amable como le ocurrió a Santiago. De esta etapa de instituto es la siguiente anécdota: un día, paseando por Huesca, vio una tapia recién pintada en blanco, y no pudo resistirse a dibujar en ella. Realizó a tamaño natural las caricaturas de algunos de sus profesores, con la mala suerte de que pasaban por allí algunos alumnos que reconocieron en la pintura a uno de ellos, y empezaron a apedrear el dibujo a la vez que lanzaban palabras muy poco finas. Pero no quedó ahí la cosa, ya que en ese preciso momento apareció en persona dicho profesor, que contempló atónito la escena. El castigo no se hizo esperar..., y el suspenso tampoco. 

Ramón y Cajal obtuvo el título de Bachiller en Artes en septiembre de 1869, a los diecisiete años y en junio de 1873, con veintiún años, terminó la carrera y obtuvo el título de licenciado en Medicina. 

Posteriormente, tuvo que participar en la Guerra de los diez años (1868-1878) y lo hizo como médico militar. Murieron decenas de miles de personas y "sólo él pudo florecer en un desierto", como decía Severo Ochoa, el desierto científico que era España a finales del siglo XIX. Un desierto con escasez de medios y también de mentalidad investigadora y científica.

Ni la propia Universidad española parecía tener ambición ni confianza en crear una ciencia propia. Y el mismo Cajal sufrió el menosprecio de sus colegas: "¡Quién es Cajal para juzgar a los sabios extranjeros!", decían algunos profesores universitarios tras su primer trabajo de investigación, en 1880. Pero, ¿por qué se inicia Santiago en la práctica científica? La respuesta es sorprendente: En sus años de juventud, al consultar libros de Anatomía y de Fisiología no encuentra nombres de españoles en sus páginas. Ello le hace recapacitar sobre el maltrecho estado de la ciencia española y dedicarse a la investigación, llevado por lo que él mismo denominaría "patriotismo científico". A lo largo de su vida trabajaría como profesor e investigador en las universidades de Zaragoza, Valencia, Barcelona y Madrid.

Por último una pequeña referencia a sus aficiones. Como él mismo relata en Mi infancia y juventud, durante la carrera tuvo tres "manías": la literaria, la gimnástica y la filosófica.

  • Escribió poesía, e incluso una novela fantástica. Pero en realidad se introdujo en el mundo literario con doce años, cuando entraba, desde el tejado de su casa, en el desván del vecino de Ayerbe, que tenía una fabulosa biblioteca. Para que no se diera cuenta, cogía los libros de uno en uno y los iba devolviendo. Ese verano leyó: Robinsón Crusoe, El Conde de Montecristo, Los tres mosqueteros, El Quijote, las novelas de Julio Verne, las comedias de Calderón, los versos de Quevedo, y una infinidad de libros más.
  • Su afición a la gimnasia se inició de una forma un tanto curiosa: Ante sus compañeros le gustaba presumir de que era el más forzudo de la clase, hasta que un alumno (un tanto cansado de sus bravuconadas) le retó a un pulso y venció.
  • Con el tiempo su afición por el culto al cuerpo fue disminuyendo, y, en cambio, se empezó a interesar por la filosofíaEsta evolución queda clara en sus palabras: "Aun en el terreno de la competición personal acabé por encontrar más meritorio reducir a un adversario con razones que con trompadas".

 Nobel de Medicina y Fisiología (1906) 


Fuentes bibliográficas:

  • Ruta Ramón y Cajal. Centro Cultural Ramón y Cajal (Valpalmas). Cuaderno Didáctico.
  • Pere Brunsó Ayats. Santiago Ramón y Cajal y la Instrucción Pública. Universidad de Barcelona.




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