Los investigadores de la Universidad de Sevilla: Alfredo Oliva Delgado, Mª Carmen Reina Flores, Miguel Ángel Pertegal Vega y Lucía Antolín Suárez han realizado un estudio en el que se describen las rutinas de sueño de una muestra de 2400 adolescentes andaluces con edades comprendidas entre los 12 y los 17 años y su relación con tres indicadores de ajuste psicológico, como son el consumo de sustancias, los problemas interiorizados y los exteriorizados, ambos evaluados mediante el “Autoinforme juvenil” (Youth Self Report, YSR; Achenbach, 1991).
Los resultados indican que, sobre todo entre los adolescentes de más edad, hay un importante déficit de sueño los días de colegio y un retraso en la hora de acostarse durante los fines de semana. Estas rutinas de sueño se mostraron significativamente relacionadas con el ajuste psicológico, ya que aquellos que declararon dormir menos horas y que se acostaban más tarde los fines de semana presentaron un peor ajuste emocional y conductual. Se sugiere la importancia de poner en marcha algunas medidas que permitan a los adolescentes unas rutinas de sueño más saludables.
El sueño es un proceso activo que tiene una clara función reparadora, esencial no sólo para el funcionamiento físico y mental sino incluso para la supervivencia del individuo. Esta función resulta especialmente necesaria en los periodos en los que la maduración cerebral es más intensa, como la primera infancia y la adolescencia (Dahl y Lewin, 2002). Sin embargo, a pesar de la gran necesidad de sueño que tienen los adolescentes, y que los especialistas sitúan en torno a las nueve horas (Carskadon, Acebo y Jenni, 2004), hay algunos datos que indican que con la llegada de la pubertad y de la educación secundaria disminuye el número de horas que chicos y chicas destinan al sueño, lo que supone un incremento de la somnolencia diurna que puede tener algunas consecuencias negativas sobre sus actividades cotidianas (Carskadon, 2002).
Esta carencia de sueño en los adolescentes es el resultado de una combinación de factores biológicos y socioculturales:
- Por una parte, con la pubertad se produce un cambio acusado en los ritmos circadianos de sueño y vigilia que no suele pasar inadvertido para quienes conviven con ellos. Estas alteraciones, que son el resultado de cambios puberales en la secreción de melatonina a lo largo del día, hacen que chicos y chicas no sientan deseos de irse a dormir hasta bien entrada la noche, y que, por lo tanto, por las mañanas les cueste más trabajo despertarse (Carskadon, Vieira y Acebo, 1993). No obstante, se precisan de más investigaciones que aclaren los mecanismos que subyacen a la relación entre pubertad y cambios de patrones de sueño, ya que un estudio longitudinal reciente ha hallado que las alteraciones en los patrones de sueño anteceden a la mayoría de cambios asociados a la pubertad (Sadeh, Dahl, Shahar y Rosenblat-Stein, 2009).
- Por otra parte, este retraso en los ritmos de sueño y vigilia suele ir acompañado de un adelanto en los horarios escolares con la entrada en la educación secundaria, lo que se traduce en un menor número de horas dedicadas al sueño durante los días lectivos, algo que se ha encontrado en estudios realizados en diversos países (Crowley, Acebo y Carskadon, 2007; Knutson y Lauderdale, 2009; Laberge et al., 2001; Ortega et al., 2010; Van der Bulck, 2004). A esos cambios asociados a la pubertad y la educación secundaria hay que sumar algunos factores psicosociales que también van a interferir con el sueño adolescente, como son la menor supervisión parental, la mayor autonomía para decidir el momento de irse a la cama, el incremento de tareas escolares para casa, las alteraciones emocionales que suelen ser frecuentes en los primeros años de la adolescencia, o el fácil acceso a un gran número de actividades estimulantes (internet, videojuegos, o televisión) (Dahl y Lewin, 2002; Griffiths, 2005).
Además, una característica del sistema de regulación circadiana, que resulta relevante para los patrones de sueño adolescente, es que se adapta lentamente a los cambios en las rutinas de sueño y vigilia. Si tenemos en cuenta que muchos adolescentes cambian radicalmente estos horarios durante los fines de semana, en que se acuestan y levantan más tarde de lo habitual, cabe esperar que estos desfases tengan consecuencias negativas sobre la regulación del sueño, lo que unido a su menor duración ha generado una preocupación más que justificada acerca de la influencia que dichas alteraciones pudieran tener sobre el comportamiento y el ajuste psicológico de los chicos y chicas adolescentes (Dahl y Lewin, 2002).
Quizás sean la somnolencia, el cansancio y la falta de atención en la realización de tareas o actividades escolares, con la consiguiente repercusión sobre el rendimiento académico (Kowalski y Allen, 1995; Wolfson y Carskadon, 1998), algunas de las consecuencias más documentadas de las alteraciones del sueño. No obstante, más recientemente han empezado a aparecer datos que indican que la privación de sueño en adolescentes está relacionada con algunos indicadores de bienestar psicológico, interpersonal y somático.
El papel que el sueño juega en la regulación emocional ha hecho que diversos estudios hayan analizado la relación entre la falta de sueño y diversos problemas emocionales. Así, Wofson y Carskadon (1998), Roberts, Roberts y Duong (2009) y Gangwisch et al. (2010) han encontrado una relación significativa del retraso en la hora de irse a la cama y el periodo de sueño insuficiente con los estados de ánimos depresivos entre adolescentes e incluso con los pensamientos suicidas. Otros estudios han hallado que el sueño insuficiente se asoció con un aumento de las emociones negativas y un pobre funcionamiento socioemocional (Kirmil-Gray, Eagleston, Gibson y Thoresen, 1984), así como con una mayor prevalencia de los trastornos psiquiátricos (Blader, Koplewicz, Abikoff y Foley, 1997). No obstante, conviene matizar que la relación puede ser bidireccional, ya que los adolescentes depresivos frecuentemente padecen trastornos del sueño (Dahl y Lewin, 2002). Tampoco faltan estudios que no han encontrado relación significativa entre la ansiedad o los síntomas depresivos y las horas de sueño, aunque sí con la somnolencia diurna (Moore et al., 2009).
La regulación emocional también juega un papel importante en el control de determinados comportamientos, por lo que tampoco es de extrañar que la carencia de sueño aparezca asociada, en los adolescentes, a la conducta agresiva o antisocial (O’Brien y Mindell, 2005), a los accidentes de tráfico ( Danner y Phillips, 2008; Pizza et al., 2010) o al consumo de sustancias (Choi et al., 1997; Holmen, Barrett-Connor, Holmen, y Bjermer, 2000). A esos datos procedentes de estudios con adolescentes hay que sumar los resultados de la experimentación con animales que indican claramente que la falta de sueño está asociada con un aumento de la conducta agresiva y violenta (Vogel, Minter y Woolwine, 1986).
El estudio realizado por estos investigadores de la Universidad de Sevilla persigue dos objetivos: por una parte, realizar un análisis descriptivo de las rutinas relacionadas con el sueño en una muestra de adolescentes andaluces y, por otra parte, estudiar las asociaciones entre estas rutinas y algunos indicadores de ajuste psicológico, como son los problemas interiorizados o emocionales, los problemas exteriorizados o conductuales y el consumo de sustancias.
En relación con este último objetivo, estos investigadores parten de la hipótesis que la escasez de sueño diario y las horas tardías para acostarse, especialmente los fines de semana, estarían relacionados con un mayor consumo de sustancias y con índices más elevados de problemas tanto interiorizados como exteriorizados.
Aránzazu Ibáñez
Fuente de información,
Universidad de Sevilla
Behavioral Psychology / Psicología Conductual, Vol. 19, Nº 3, 2011, pp. 541-555
Muy interesante tema. Se agradecen las citas para ampliar información. Un saludo
ResponderEliminarUn saludo, Alicia. Y muchas gracias por leer mi blog!!!
ResponderEliminarArancha.