Basado en la ponencia de Clara Romero Pérez, Antonio Bernal
Guerrero y Juan Ramón Jiménez Vicioso en el XXVIII Seminario Interuniversitario
de teoría de la educación.
“La escuela hoy. La teoría de la educación en el proceso
colectivo de construcción del conocimiento” (Oviedo. Noviembre de 2009)
Detrás de esta metáfora subyace una filosofía
educativa positiva orientada al bienestar emocional y la satisfacción
vital de las personas. La felicidad no se construye individualmente,
sino que precisa de los otros y de entornos y espacios de relación positivos,
cálidos, amigables, seguros. Uno de ellos, tal vez el más importante para
algunos escolares, como ya se ha señalado, es la institución escolar y,
dentro de ella, el contexto aula.
Fortalecer la estructura afectiva de
la relación educativa brinda oportunidades no sólo para el aprendizaje
académico, sino también, para aquellos otros aprendizajes, que escapan del
dominio instruccional, y que son, si cabe, más importantes para la vida:
el aprendizaje del yo y de la sociabilidad.
Imagen modelo educativo finlandés.
Fuente: Jarsjo.
Tejer vínculos implica fortalecer las alianzas y vinculaciones afectivas entre
enseñante y aprendiz por medio de la comunicación interpersonal. Este proceso
exige por parte del profesorado un profundo y persistente trabajo de indagación
y comprensión emocional de sus estudiantes, pero también un sólido esfuerzo de
introspección sobre sus propias necesidades, organizadas sobre la base de
esquemas emocionales, y sus propios estilos de comunicación.
Aprendizaje Cooperativo y autodeterminación
Cuando el aprendizaje escolar se vive como una
competición en la que habrá “ganadores y perdedores”, cuando se representa como
un proceso impersonal y no controlable e incluso, como una “meta externa”
valiosa pero inalcanzable desde la perspectiva del aprendiz, es fácil que la
apatía, el aburrimiento, la ansiedad y, en algunos casos, la “resignación al
fracaso” entre los estudiantes afloren.
Estas reacciones afectivas describen tres de los
perfiles del alumnado en las aulas: (a) los resignados al fracaso;
(b) los evitadores del fracaso; (c) los sobreesforzados.
Lograr que los estudiantes se esfuercen por
alcanzar las metas de aprendizaje exige por parte del profesorado una
transformación de sus representaciones (narrativas) personales sobre el
aprendizaje, su función como docente y su forma de organizar la enseñanza.
Tal vez, de una parte, el aspecto más desafiante del aprendizaje
cooperativo estriba en el énfasis que otorga esta teoría al hecho de
garantizar que el estudiante no tenga que enfrentarse sólo a un nivel
de complejidad excesivo, ni tampoco privarle de oportunidades para su propia
iniciativa y el pensamiento autónomo.
De otra, el aprendizaje basado en la
autodeterminación exige por parte del profesorado organizar la enseñanza a
partir de experiencias que puedan ser experimentadas por los estudiantes como
retos —personales y grupales—, diseñando un ambiente de aprendizaje más “informativo”
que “de control” que presente contenidos estimulantes y desafiantes para ellos,
que les lleven a recorrer progresivamente la zona de aprendizaje y la zona de
prácticas — para ello es imprescindible que el profesorado equilibre los
espacios de discriminación justa (Colom Cañellas, A.J. y Núñez Cubero, L.,
2001, 200 y s.)— estimular la sensación de agencialidad o autonomía del escolar, animarle y
brindarle apoyos, son algunos de los principios que precisamente han interiorizado
diversos programas de innovación pedagógica con notable éxito (p.e.: Programa
de Enriquecimiento Instrumental [Reuven Feuerstein]; Programa de Filosofía para
Niños [Matthew Lipman]).
Comunicación
afectiva
Cuando nos referimos a esta dimensión, estamos en
realidad centrándonos en un estilo de comunicación específico: la comunicación
centrada en la persona. A partir de ella podremos generar las
condiciones adecuadas para que las conexiones y vínculos con los estudiantes
puedan desarrollarse con cierta fiabilidad. Y es que el proceso de tejer
vínculos se organiza en gran medida sobre la base de esa sabiduría
emocional que todo buen educador conoce bien: escuchar, respetar, amonestar
“sin herir o humillar”, animar, apoyar y empatizar o, lo que es lo mismo,
“sentir conjuntamente”. Aun cuando sabemos que no es posible no comunicar —¡qué
sentimientos de soledad, incomprensión, vergüenza e, incluso, temor, suscitamos
los adultos en muchas ocasiones tanto en niños como en jóvenes con nuestros
“silencios”!—, lo que nos interesa resaltar en esta propuesta pedagógica es la
importancia que posee para un nuevo estilo de relación educativa una comunicación
orientada a la persona.
Con frecuencia, el profesorado tiende a practicar
un modelo de comunicación objetal. Las consecuencias en la dinámica
grupal de aula son claras: se trivializa la relación, en lugar de singularizarla.
Las necesidades de reconocimiento del estudiante no podrán ser satisfechas
adecuadamente. No podemos olvidar que el ambiente o clima de aula está organizado
básicamente sobre una estructura afectiva.
En la creación de un entorno amigable y prosocial insistimos
en la importancia de la metacomunicación y de la empatía como
piezas claves para reducir el vacío interpersonal en la relación educativa.
Pero esta labor exige, a su vez, un proceso introspectivo por parte del
profesorado que no siempre están dispuestos a realizar. Es la identidad
personal del propio docente la que conviene explorar.
Otros aspectos importantes son la confianza y seguridad. Sin una mínima base de confianza y seguridad una
relación positiva no sería posible. Al igual que no puede haber no comunicación
en la relación interpersonal, no puede no haber confianza (Castilla del Pino,
C., 2000, 323).Cuando se pierde la confianza —en un alumno, en un profesor, o
en uno mismo— o se vulnera la seguridad, surgen los sentimientos de decepción,
sentirse traicionado, e inseguridad (Vid. Foucart, J., 2002, sobre la ruptura
de la confianza en la relación educativa desde el punto de vista del profesor).
De ahí que la autenticidad haya sido vista en los modelos pedagógicos
centrados en la persona como uno de los rasgos más valorados en profesorado en
su relación con los estudiantes. De ahí que la pérdida de la autenticidad
—transparencia— genere malestar en el estudiante. Cuando nutrimos de confianza
y seguridad nuestra relación con los estudiantes estamos contribuyendo también
a su desarrollo afectivo. La seguridad en sí mismo, la aceptación de uno mismo,
requieren de un entorno fiable, confiable y seguro.
Reconocimiento
Insistimos a los profesores —especialmente a quienes
trabajan en los niveles de Secundaria y Bachillerato— en la importancia en
otorgar ese reconocimiento al estudiante.
El reconocimiento implica considerar que cada alumno,
cada adolescente, opera a través de su propia lógica y su propia emocionalidad
(aunque nos pese). “Lo primero, es el niño”, esa es la filosofía educativa de la Profesora Joyce
Burick, Directora del Independent Day School (Tampa, Florida) que desarrolla a
través de su metodología M.O.R.E —Múltiples Opciones para conseguir Resultados
en Educación— una propuesta pedagógica que sirve de base para crear una
comunidad de aprendizaje dinámica y cooperativa basada, entre otros, en el
papel central que ocupa el escolar.
Todo ser humano necesita sentirse estimado y conectado
a los demás. Una relación educativa positiva genera la oportunidad de tejer
esos sentimientos entre profesores y alumnos. Las estructuras de aprendizaje cooperativas facilitan
este proceso de reconocimiento. Cuando la indiferencia se instala en el aula, podemos llegar a explicar algunas conductas de
los estudiantes que los propios profesores califican de actitud de indeferencia
de sus alumnos y de escaso reconocimiento a su figura como profesores. Es en la
conexión con sus intereses, con su lógica —tan ilógica muchas veces a los ojos
de los adultos—, con sus necesidades de sentirse valiosos, reconocidos por quienes
son como también tejemos vínculos en el aula.
Empatía y reconocimiento
van, en este sentido, de la mano. Asimismo, el reconocimiento implica crear
oportunidades reales en el aula para que los estudiantes se sientan
competentes. Como nos enseña la
Teoría de la Valía Personal (Atkinson, Covington) para
preservar un sentimiento básico de valía personal, la persona —en nuestro caso,
los estudiantes— debe sentirse competente y demostrar su capacidad ante los
demás. De ahí la importancia de los retos en el aprendizaje, porque “es
donde pueden poner en juego su propio orgullo y su propia valía” y
que, en ocasiones, se traducen en la lógica del propio estudiante como “una
apuesta personal ante la valoración escasa que le da el profesor ante los
colegas” (Colom Cañellas, A.J. y Núñez Cubero, L., 2001, 195).
Por: Aránzazu Ibáñez.
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